“La misión de un espíritu siempre está orientada al servicio”, es una frase muy bonita, sí, pero que pasa a ser más que solo eso una vez que haz pasado por esta experiencia.
Hola, soy Sebastián Dongo, tengo 16 años y estoy en 4to B, y me eligieron para escribir una reseña sobre cómo fue mi experiencia en la Misión Santa Teresita, en Chumbivilcas, Cuzco.
La primera vez que escuché hablar de la Misión fue en 3ero de secundaria, cuando recibí una invitación por ser parte del equipo de Pastoral. No obstante, ese año aún no me sentía preparado, por lo que no llegué a asistir.
Este año, sin embargo, algo cambió. Sentí unas ganas increíbles de participar de la experiencia y de tomar la oportunidad que Dios había puesto en mi camino. Y así, a pesar de muchas dificultades (mi frágil estado de salud, por ejemplo), logré ser parte del equipo, mejor dicho, de la familia que conformó este acto de cariño.
Los misioneros, al prepararnos para este viaje, nos ponemos un objetivo: brindar amistad, alegría, compañía, enseñanzas y apoyo a nuestros hermanos en Cuzco, quienes no poseen las mismas oportunidades que nosotros; pero que aún así no podemos dejar, como Carmelitas que somos, que se sientan solos o abandonados.
Los viajes de ida y de regreso fueron pesados (no se podría esperar menos de ocho horas de viaje en bús), pero todo ese pesimismo acumulado se fue al recibir la cálida bienvenida de las personas de Chumbivilcas.
Chumbivilcas es un pueblito humilde, lleno de gente amable que aprecia lo que tiene, ya sea mucho o poco y son un modelo a seguir para cualquiera de nosotros.
Recuerdo que planeábamos hacer un show para niños en la Plaza de Armas el primer domingo, para decirle a la gente que habíamos llegado, por lo que el sábado nos separamos en grupos y nos paseamos por el pueblo hablándoles a las personas sobre lo que iba a pasar al día siguiente. La amabilidad con la que las personas conversaban y te escuchaban era algo que no ves en todas partes.
Y así llegó el domingo, y bailamos, cantamos y jugamos mucho con los niños y niñas que vinieron a ver el show. Todos ellos tenían algo en sus sonrisas que era contagioso y mientras más felices eran ellos, más lo éramos nosotros.
Un día que también me marcó mucho fue el lunes, en el cual visitamos un colegio de chicos con habilidades diferentes. Yo tenía algo de miedo porque era la primera vez que haría algo así y gracias a Dios tuve a mi amigo Renato que me ayudó a tranquilizarme. Resultó ser una experiencia hermosa. Una vez más, la sonrisa inocente y alegre de los chicos logró cautivarnos y animarnos a hacer un buen trabajo por ellos.
A mí me tocó ir al salón de Inicial, que era una pequeña carpa en el patio del recreo y cuidé a una niña llamada Lucero (le decíamos “Lucerito”), que padecía de PCI (Parálisis Cerebral Infantil). Recuerdo que ayudé a su miss en sus terapias, la hice jugar y salimos a pasear.
Me encariñé mucho con Lucerito y me dio mucha pena cuando su miss me dijo que quienes padecían de esa enfermedad a lo mucho podrían comer por sí mismos y gatear, nada más, y así vivirían. Yo conservo la esperanza de que Lucerito pueda reír, jugar con sus amigos al menos de una manera distante, ser feliz y sé que con un poco de fe todo se puede.
Los días siguientes fuimos a colegios, donde recibimos sonrisas inocentes y alegres de los niños a quienes les brindábamos solo un poco de compañía y un rato para divertirse. También fuimos a locales para adultos discapacitados, a quienes les brindamos la compañía que muchas veces sus familias no les dan. Ellos nos recibieron y una gratitud increíble. Además, asistimos a un asilo, dónde bailamos y pintamos con los ancianitos, quienes respondieron con un cariño inmenso y actitud amorosa, era como estar con tus propios abuelitos.
Es increíble como uno va pensando que va a enseñar, pero termina aprendiendo más de lo que se hubiese podido imaginar. La Misión es una experiencia inigualable, que definitivamente espero repetir y que cada vez más y más gente se va sumando a la familia. Así podremos reafirmar una vez más que todos somos hermanos y que ninguno deja al otro atrás.
Quiero agradecer a la miss Rocío, a la miss Margarita, al profesor Talavera y a todos los profesores quienes hicieron esto posible; a nuestros amigos y hermanos de Barranco y José Gálvez, con quienes hicimos un gran equipo y con quienes formamos lazos y amistades que durarán para siempre. Y cómo no mencionarlo, a Jesús, nuestro Héroe, quien nos mostró que a este mundo hemos venido a servir y no a ser servidos. Gracias, ¡los veo el próximo año!
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