Por: Antonio E. Cornejo, 5° B

No estaba acostumbrado a ese negro absoluto.

Escuchaba a lo lejos personas hablar, un sonido no dejaba de interrumpir mis pensamientos. No sé cómo describirlo, tal vez un:

Beep… Beep… Beep…

Lo escuchaba casi todo el tiempo, eso recuerdo. Por ratos lo ignoraba mientras trataba de entender lo que pasaba en mi entorno sin un resultado preciso.

El ambiente era frío, sentí una leve brisa.

Beep… Beep…

Otra vez ese molesto sonido.

No entendía en esos instantes lo que pasaba, traté de abrir mis ojos, ver qué estaba sucediendo. Decidido,  me concentré en abrirlos. Nada ocurrió.

Volví a intentarlo con más ganas aún; otro intento nulo. Me rendí.

Solo escuchaba; no podía mover mi cuerpo. Decidí enfocarme en el único sentido que con claridad y certeza poseía en ese momento. La audición.

Beep… Beep… Beep…

El sonido no cedía, lo escuchaba seguido. A lo lejos, escuché unas voces que se gritaban unas a otras. No sabía hace cuanto estaban ahí, ni sabía con certeza si mi sentido del tiempo seguía intacto, pero me distraía tratando de descifrar lo que decían así no entendiera nada.

Supongo que perdí la conciencia, puesto  que volví a entrar a un negro parecido al cual me encontraba antes de recobrar el sentido. Desafortunadamente no podía hacer más que pensar.

Me encontraba nuevamente en mi vecindario, no había dejado de desear volver al mismo desde que llegué a mi nuevo hogar.

Ésa singular casa azul seguí en su lugar junto a un frondoso árbol limonero y rodeada de vallas de madera despintadas, que originalmente habían sido un blanco intenso. Una pequeña casa se escondía en aquel árbol grueso y al parecer, sin uso alguno; recuerdo haber jugado al barco pirata ahí cuando era pequeño.

Me transporté a un gran parque con árboles gigantes, arbustos y palmeras frente a una pileta en el centro del mismo y a aquella misteriosa chica.

Ella caminaba a diario por ese parque, siempre me la cruzaba, vestía una singular chompa roja, la cual se camuflaba con las rosas del parque y las flores de sus alrededores.

Todos la veían con desprecio por su rostro pálido, delgado y su ropa negra, la cual contrastaba con la chompa roja que llevaba puesta; a diferencia de los demás, yo la veía como cualquier otra persona común y corriente sólo resaltaba su chompa de diario.

Las personas cambiaban sus atuendos de ropa deportiva a vestidos largos y elegantes de un momento a otro, acompañados accesorios de todos los colores y texturas.

Escuché unas ruedillas oxidadas, supongo que el rechinante sonido que producía, fue el culpable de hacerme entrar en razón nuevamente. Las ruedillas sonaban como esos carritos de compras que uno utiliza en los supermercados mientras compra la comida para la semana. Por alguna razón, recordé el plato que comía a diario, lo único que sabía preparar y para lo único que mis ahorros alcanzaban.

Beep… Beep… Beep…

Ignoré el sonido.

No recuerdo la última vez que comí; supongo que debería tener hambre. Por alguna razón no la tenía. Comía lo mismo casi a diario mientras leía La Vanguardia, periódico que solo ojeaba por los anuncios de trabajo que tenía en él, pues recientemente me había mudado a un lugar donde no conocía a nadie y el único plato que me transportaba a mi tierra era la tortilla de papa.

Añoraba la variedad de comida que tenía antes, la sazón, los condimentos y el cariño que  ponía la gente al prepararlo. Hoy en día, cocino la tortilla como el día anterior, rara vez cambio uno que otro ingrediente; con un leve miedo a olvidar la receta anterior y dejar el gusto por mi plato favorito.

No obstante, percibí un olor singular, no estaba seguro de qué se trataba, pero definitivamente comida no era. Olía a algo parecido al alcohol. Mientras tanto, volví a darme cuenta de las casi irreconocibles conversaciones que escuchaba a lo lejos… seguía sin poder comprender lo que decían aun así lo escuchara más claro que antes. Sus voces solo duraron unos segundos, pues se perdieron en la distancia rápidamente sin dejar rastro alguno. El olor se hizo cada vez más fuerte… Intenso. Volví a escuchar el singular sonido:

Beep… Beep…

¡Basta! ¡Estoy harto de ese sonido, trato de identificar y recordar lo sucedido con mis sentidos pero el “Beep, beep” me alela y no me deja concentrarme!

Beep… Beep… Beep…

¿Dónde estoy? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué no me puedo mover?

Un ruido fuerte, estar aturdido y un golpe; lo único que recuerdo.

Me esforcé como nunca, lo sucedido lo tenía en la punta de la lengua. Divisé mi ser unas horas antes.

Conseguí trabajo después semanas de haber arribado a mi nuevo vecindario. Un vago recuerdo, no lo tenía con claridad pero de algo me servía. Me encontraba en mi primer día de trabajo, supongo.

Me mandaron a limpiar la parte de atrás de un edificio en el centro de la ciudad. Grandes ventanas me esperaban y largas horas que veía venir. Subí en el ascensor de mantenimiento, el cual se encontraba en un callejón en la parte posterior del edificio.

Subí con todas mis cosas y empecé a limpiar ventana por ventana desde lo alto del edificio. Me encontraba en el décimo segundo piso cuando escuche un fuerte estruendo y una de las sogas que me soportaba se desató produciendo el fuerte ruido y desestabilizando la plataforma donde me encontraba. Al mirar abajo, me produjo vértigo y por poco vomito. Descansé unos minutos esperando a que el susto se me pase. Continué con mi labor más precavido que antes. Al casi finalizar mi trabajo, faltando aproximadamente seis metros para alcanzar el piso, los arneses se soltaron de repente,  dejando caer el ascensor y a mí sobre él.

Se produjo un fuerte ruido, esperaba que alguien lo hubiese escuchado; al parecer no fue así.

Me levanté con dificultad pero me sentía sumamente mareado y con un dolor de cabeza insoportable. Caminé unos cuantos pasos y me desplomé, todavía seguía consciente, levanté la cabeza.

Alguien venia caminando, tuve las esperanzas de que me ayudara.

Se acercó alterado y me pidió darle todas mis pertenencias, le trate de explicarle mi situación, pero por el fuerte golpe, no logré expresar mucho.

El joven molesto tomó mi reloj de plástico, lo tiró contra la pared y me pateó repetidamente la cabeza hasta dejarme inconsciente.

Negro absoluto.

Beep… Beep…

Escuche un agudo sonido que se reproducía constantemente.

Beep… Beep…

Personas alteradas hablando cerca de mí.

Beep… Beep…

Me areció ver luces que pasaban sobre mí y luego se desvanecían.

 

Volví a perder la conciencia.

 

Abrí los ojos con la esperanza de que alguien me hubiera hallado, sin poder enfocar la mirada correctamente, logré por fin divisar un faro malogrado. No era lo que esperaba, pero el sonido seguía ahí. No me encontraba en la sala de emergencias ni mucho menos  estaban ayudándome quirúrgicamente en la sala de operaciones luego del brutal golpe y asalto que había recibido. El fuerte olor a alcohol, no era más que una simple botella rota a mi costado.

Los oxidados sonidos de ruedillas, no eran más que los fierros rotos de la plataforma malograda.

 

Giré la cabeza y divisé mi reloj roto, la alarma se había malogrado y simplemente hacía Beep, beep…

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